CALLEJÓN SIN SALIDA
Corro por la calle. Mis botas levantan el agua de los charcos. Mi pelo empapado se me pega a la cara. Me cuesta moverme, la ropa pesa. Oigo pasos apresurados detrás de mi.
Corro más deprisa. Doblo una esquina. Vuelvo a estar en el punto de partida. Miro desconcertada a mi alrededor, pero no veo nada. Esa noche llueve, y no hay luna en el cielo. Siento un aliento frío en mi nuca, como el soplo de la muerte.
Ni tan siquiera me vuelvo. Arranco a correr. Izquierda, derecha, arriba, abajo... la ciudad parece un laberinto del que yo no puedo salir. Escucho su ansia tras de mi, acechándome desde la negrura.
Sigo corriendo, mi vida depende de ello. Llego a un cruce. ¿Izquierda o derecha? El sonido de su carrera, de su respiración, cada vez más cerca, no me da tiempo a seguir pensando.
Zigzagueo entre los coches, intento cansarle, retrasar lo inevitable. Dejo de oírle. Me vuelvo despacio, con miedo. No veo a nadie. Mis ojos van de un lado a otro, mi corazón late a mil. Oigo un alarido que llega desde las sombras, profundo, gutural, sediento de sangre.
Decido seguir huyendo. A lo lejos veo una luz. La carretera. Tengo que llegar hasta allí. Salgo como una bala. La veo. Cada vez más brillante. Más cerca, más cerca...
Giro la esquina. Callejón sin salida.
Me he equivocado de calle. Empujo la pared con frustración, le doy patadas, grito. Lloro y mis lágrimas se mezclan con la lluvia. En ese momento lo oigo. Unos pasos que se acerca y arrastran algo. Algo pesado. Sigo mirando a la pared. Pienso que si he de morir, moriré, pero lo haré mirando a la muerte a la cara.
Me vuelvo despacio. Sale poco a poco de las sombras. Es alto y delgado, pero camina encorvado por el peso de lo que arrastra. Tiene los ojos inyectados en sangre. Me mira como solo un loco sabe hacerlo. Un hilillo de baba le resbala por la barbilla.
Trago saliva. Al principio no veo que es lo que tiene. Luego me doy cuenta. Una motosierra. Me mira fijamente, como si no supiera que hacer conmigo. Pienso en una vana esperanza que quizá se vaya por donde ha venido. De repente, parece recordar la motosierra. Sonríe, dejando a la vista unos horribles dientes amarillentos.
El ruido de la motosierra rasga el silencio de la noche. Se acerca lentamente. Me quedo inmóvil, esperando. Miro la hoja de la motosierra. En ella no veo mi reflejo. Solo una figura de negro, guadaña en mano. Me sonríe. Yo a ella no.
El loco alza la mano. Antes de que la baje, me pregunto que porqué yo. Luego, un silbido. Una luz blanca. Después, solo silencio.
Corro más deprisa. Doblo una esquina. Vuelvo a estar en el punto de partida. Miro desconcertada a mi alrededor, pero no veo nada. Esa noche llueve, y no hay luna en el cielo. Siento un aliento frío en mi nuca, como el soplo de la muerte.
Ni tan siquiera me vuelvo. Arranco a correr. Izquierda, derecha, arriba, abajo... la ciudad parece un laberinto del que yo no puedo salir. Escucho su ansia tras de mi, acechándome desde la negrura.
Sigo corriendo, mi vida depende de ello. Llego a un cruce. ¿Izquierda o derecha? El sonido de su carrera, de su respiración, cada vez más cerca, no me da tiempo a seguir pensando.
Zigzagueo entre los coches, intento cansarle, retrasar lo inevitable. Dejo de oírle. Me vuelvo despacio, con miedo. No veo a nadie. Mis ojos van de un lado a otro, mi corazón late a mil. Oigo un alarido que llega desde las sombras, profundo, gutural, sediento de sangre.
Decido seguir huyendo. A lo lejos veo una luz. La carretera. Tengo que llegar hasta allí. Salgo como una bala. La veo. Cada vez más brillante. Más cerca, más cerca...
Giro la esquina. Callejón sin salida.
Me he equivocado de calle. Empujo la pared con frustración, le doy patadas, grito. Lloro y mis lágrimas se mezclan con la lluvia. En ese momento lo oigo. Unos pasos que se acerca y arrastran algo. Algo pesado. Sigo mirando a la pared. Pienso que si he de morir, moriré, pero lo haré mirando a la muerte a la cara.
Me vuelvo despacio. Sale poco a poco de las sombras. Es alto y delgado, pero camina encorvado por el peso de lo que arrastra. Tiene los ojos inyectados en sangre. Me mira como solo un loco sabe hacerlo. Un hilillo de baba le resbala por la barbilla.
Trago saliva. Al principio no veo que es lo que tiene. Luego me doy cuenta. Una motosierra. Me mira fijamente, como si no supiera que hacer conmigo. Pienso en una vana esperanza que quizá se vaya por donde ha venido. De repente, parece recordar la motosierra. Sonríe, dejando a la vista unos horribles dientes amarillentos.
El ruido de la motosierra rasga el silencio de la noche. Se acerca lentamente. Me quedo inmóvil, esperando. Miro la hoja de la motosierra. En ella no veo mi reflejo. Solo una figura de negro, guadaña en mano. Me sonríe. Yo a ella no.
El loco alza la mano. Antes de que la baje, me pregunto que porqué yo. Luego, un silbido. Una luz blanca. Después, solo silencio.
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